¿Cuál es tu esperanza?


¿En qué esperas? ¿Qué es lo que esperas? ¿En qué sueñas? Seguramente, en cada respuesta que des descubrirás que tiene un gran componente de búsqueda de la felicidad, buscas algo para sentirte feliz. Y esa felicidad que sueñas será el signo de que lo conseguiste. Pero si miras realmente qué sucede cuando consigues lo que te has propuesto descubres que necesitas querer otra cosa, porque eso que posees ya no te sacia.

Estamos hechos así, y eso nos hace inquietos, insatisfechos, muchas veces indecisos, inconstantes, apáticos, decepcionados, frustrados, mentirosos en el fondo hasta con nosotros mismos.

¿Por qué será que nunca nos contentamos completamente? Porque estamos capacitados para lo que no es de este mundo, y no hablo del globo terráqueo. Estamos capacitados para lo infinito, increíblemente. Y nada en este mundo lo es.

¿Qué nos hace capaces de tanto en una vida que es tan corta, tan limitada? Fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza. Eso explica porqué nada de lo creado nos llena. La verdad es que sólo nos satisface totalmente, íntegramente, infinitamente, eternamente, Dios. Sólo Dios.

Sí, sólo Dios, aunque te cueste creerlo, te cueste aceptarlo. Porque por ser Él, todo parece escapársete de tus manos. Y es así porque el Señor sobre todo es Dios, y Él no se deja manipular por nadie que quiera hacerse el vivo y manejar lo eterno a su antojo. Quiero decir con esto que Dios valora tanto lo que Él es y lo que ha hecho porque es bueno Él y buena toda la creación, que no quiere que nadie arruine lo que llamamos «cielo». Nosotros no manejamos el «cielo», e intentamos de manejar la «tierra», a veces con sensatez y a veces insensatamente. Nuestras decisiones buscan la felicidad aquí en la tierra, porque es lo que vemos, lo que manejamos nosotros. Y, como niños que han aprendido a desconfiar porque les han mentido, no nos animamos a creer en las promesas de Dios, por temor a que nos mienta. Y nos vamos quedando cada vez más solos, más desconfiados, más endurecidos, que no significa más fuertes. Por muchos lados recibimos el mensaje de los otros «niños desconfiados» que dicen: «¡Hacé la tuya!» «¡Hoy comamos y bebamos que mañana moriremos!» «¡Disfrutá la vida mientras la tenés!» Y la mirada se va achicando, se pierden las perspectivas, se pierde el horizonte, la esperanza se debilita. Y uno hace dobles y triples esfuerzos para vivir, trabajar, gozar, etc. Hasta que para conseguir un poquito de esa tan ansiada felicidad se transa con el delito, o con la corrupción, o con el pecado. Y eso hace perder toda la integridad, toda la dignidad personal, aunque ladrando y mostrando los dientes no se permita aceptar ninguna crítica, ni siquiera ninguna revisión propia de la vida, porque da más miedo asumir que hay que cambiar, e intentarlo, que perder la propia dignidad.

¿Y a dónde se fue entonces la esperanza? Muchas veces la he visto reducida a la nada, he visto gente que se quiere morir ya. O elige lo que sabe que a la corta o a la larga le hace daño y porque no se valora a sí misma lo elige igual.

Conozco a algunos pocos que dicen que han sabido vivir porque eligieron pasar por todas. A algunos menos que han vivido con la responsabilidad de hacer lo correcto por coincidir consigo mismos, y a menos, aún, que han vivido con la conciencia de hacer todo pensando en la eternidad.

Las promesas de Dios no nos sacan de nuestras responsabilidades terrenas. Nos dan la perspectiva adecuada para discernir qué es bueno hacer y qué no. Por eso al «cielo» habrán de ir los que aceptaron las promesas y se comportaron responsablemente frente a Dios y respetaron Su obra y Su Ser. Por justicia. ¿Cómo pretende recompensa de «cielo» quien eligió vivir separado de Dios? Esa separación es el pecado.

La separación tiene muchos nombres: agnosticismo, ateísmo, ateísmo práctico (prescindir de Dios en todas las decisiones), idolatría, y todos los nombres de todos los tipos de pecado que dañan al hombre, a la familia, a la comunidad, a la sociedad civil y a la naturaleza.

Pero, ¿por qué separarnos del único que nos ama infinitamente? ¿Por qué desconfiar del único confiable? Es necesario ser conscientes de Dios nos ha hablado en su Hijo Jesucristo, y Él envió a la Iglesia a transmitir su mensaje. Es imprescindible dar el mensaje entero, sin retaceos, para que el mundo entero pueda captar el valor de las promesas de Dios que son en favor nuestro. La Iglesia, todos en ella, estamos exigidos a contar con la vida, el testimonio hablado, escrito, pintado, cantado, actuado, etc., que el Dios que nos ama nos ama de verdad. Si no lo descubren los que lo buscan ¿no será que no lo damos a conocer? ¿Qué Dios damos a conocer con nuestras actitudes? ¿Nos ven fieles? ¿Nos ven convertidos? ¿Es tan firme nuestra esperanza como para sembrarla en otros?

Difícilmente serán misioneros los que no son discípulos verdaderos.

No hay comentarios: